Reviso y recuerdo. Saltan momentos de euforia, de alegría contenida y disimulada y alegría espumosa y enfermiza. Instantes de insondable pesar y aflicción exigen, a su vez, el justo protagonismo en mi memoria, en mi meditar. Amigos sin esfuerzo eternos, enemigos olvidados en infructuosos intentos por eternizarse y algún gran amigo mitificado por los aspirantes a enemigo y con los que se diluyó en la nada. Puestos de trabajo indignos hoy pero que sustentaron el ayer, incluso ilusiones laborales que naufragaron en el retrete. Apuestas ciegas, que no a ciegas, marcadas por el fuego del fracaso. Absurda desconfianza en un futuro que pasó noblemente para sentarse sobre un pueril pasado en el banco central de la Plaza del Hoy, y me observan, y los miro complacido al no dejarme perturbar por esas miradas que ya poco pueden hacer más que reclamar atención.
Lo recuerdo todo sentado en este maltrecho sillón del que me niego a desprender, y al que sigo reservando el mejor rincón del salón. Un salón testimonio de miradas, de riñas y planes, de caricias y susurros sudorosos sobre el sofá, de música sostenida y de largas veladas entre silencios blindados e inquietas musarañas.
Y ella. Ella y su boca. Boca de la que ya no espero oír, porque no lo quiero, qué tan feliz le hago, sino cuán feliz es, aun teniéndome tan y tan cerca. Eso es lo que espero y quiero oír, porque sería el más paritario de los premios que el tortuoso camino nos podría conceder al ser la alegría, además de contenida, disimulada, espumosa y enfermiza, además de todo, contagiosa.
3 comentarios:
Los recuerdos pueden hacerte fuerte, o, más bien, matarnos en algunos momentos.
Precisamente, como "lo que no te mata, te hace más fuerte", no queda otra que aceptar una de cal y otra de arena e intentar salir curtido antes que tullido.
Saludos!
cuanto conoces, cuanto cierto es y cuanto lo entiendo, compañero bloggero
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