lunes, 23 de septiembre de 2013

Sed

Katerina Bodrunova
Me gustaba de ella su nobleza. Una nobleza terca, pétrea, indestructible. Me seducía su entusiasmo para con los asuntos más triviales, una pasión casi contagiosa y siempre cautivadora. Sin embargo, sólo el tiempo me ha hecho ser consciente de algo mucho más poderoso aún: su ingenuidad, a la que blindé sin saberlo. Porque el tiempo me ha demostrado que la de ingenuidad es la sed que peor tolero. No una ingenuidad femenina vista por un hombre, no, en absoluto, sino una de verdad, cierta. Una necesaria, animal. Y así la convertí en la fuente a la que recurría con frecuencia, agazapado, silencioso entre mis sombras, para procurarme un respiro. Necesitaba de esa ingenuidad y hubiese bebido de ella, más aún, me hubiese extinguido en ella, de haber tenido la certeza absoluta de que no la echaría a perder.

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