Aquí me tienes,
trocado en aquel pájaro kafkiano
absorto en la insaciable búsqueda de ti,
mi jaula.
Voy a rondarte
como carroñero que soy;
tan pronto sombra de tus pensamientos
como lo soy también de tus caderas;
y es que así nos resarcimos:
tú cumpliendo mi anhelo de guiarme,
una a una, sin excepción, por la totalidad de las trampas con las que has accedido a sembrar el extrarradio replegado tras el que torpemente te salvaguardas,
y yo sometiéndome soberbio y sumiso, sin rehuir nunca, a todos y cada uno de los cebos que me incitas a morder;
y recorro el filo de tus gestos,
por más que se redoblen,
me retuerzan
o te relaman,
ignorando el manto de cenizas
con las que mi estela nos pueda cubrir,
porque bajo él se cierra un mundo comprensible sólo para el loco que recorre su ciudad.