"Soy un hombre muerto. Hoy he despertado a medianoche tan terriblemente sobrecogido que no he podido dormirme de nuevo. Me he quedado despierto sobre la cama. Tumbado mirando hacia el techo. Desnudo. Sudando. Esperando que alguien me rescatase de aquella sensación. Pero es imposible. Nadie va a servirme mi droga aquí. Quizá todo lo contrario. Posiblemente la envíen a cualquier otro lado desoyendo sus deseos de clavarse en mí. De nuevo.
Desconozco cuanto tiempo ha pasado hasta que he decidido incorporarme, adecentar la cama estirando un poco las sábanas y dirigirme a una ducha que creo haber dilatado durante horas. El agua caía sobre mí mientras mi cuerpo permanecía ausente, casi inerte. También mi mente carecía de vida. Parecía pender delicadamente de ella un cartel con un ininteligible epígrafe. Cuando finalmente me he plantado ante el espejo, el pequeño cartel impedía que viese mi ojeroso rostro. Observándolo bien, y maldiciendo su aparición, he acertado distinguir su verdadera leyenda. "Cerrado por defunción" rezaba el letrero. Así. Colgado de un sedal. Como muchas de las esperanzas que había albergado antaño. Con unas grafías dolorosamente frías y directas como balas. Sin extravagantes colores ni adornos sin sentido.
Sin necesidad de utilizar una toalla, me he vestido sin mojar la ropa. He calentado café, me he llevado un cigarro a la boca, como puede hacer cualquier vivo pensante. Cerrado por defunción. Lo he visto claramente. Pero aquí estoy tragando humo mientras tomo café y programo cada hora de la jornada que empiezo"